¿Alguna vez has dicho algo y mientras lo dices, ya sabes que algo dentro se está activando?
No es la palabra. Es lo que esa palabra despierta adentro. Y a veces ni siquiera entiendes por qué pesa tanto, pero el cuerpo lo siente antes que la mente lo entienda.
Hemos escuchado muchas veces eso de que hay que hablarnos bonito, que cuidemos nuestros pensamientos, que lo que nos decimos afecta cómo nos sentimos, que el cuerpo siempre responde. Y sí, lo repetimos, lo intentamos, lo creemos… pero muchas veces solo en la cabeza. Como esas frases que uno aprende, pero que no terminan de aterrizar del todo en la experiencia real.
Hasta que lo entendí distinto. No solo por la experiencia, sino porque ahora que estoy estudiando neurociencia empecé a ver con más claridad lo que en el fondo siempre había sentido sin saber explicar.
Cada pensamiento no es algo que queda solo en la cabeza. Es un circuito en el cerebro que se activa. Son conexiones que, a fuerza de repetirse, se vuelven caminos automáticos.
Y cuando esos circuitos se encienden, el cuerpo responde.
Porque el pensamiento no es solo mental. Es biológico.
Se convierte en señales químicas, en hormonas, en impulsos eléctricos que viajan por todo el cuerpo. Por eso, aunque no esté ocurriendo en el presente, aunque solo lo recuerde o lo imagine, el cuerpo lo vive igual. Cada pensamiento es un mensaje que el cuerpo recibe como si fuera real.
Si alguien me dice algo en un idioma que no entiendo, no pasa nada. Sonido puro. Vacío.
Pero si escucho ciertas palabras en mi idioma, en los momentos donde me siento vulnerable, todo cambia.
Y no importa cuál sea la palabra: fracaso, pérdida, miedo, culpa, rechazo, abandono. Cada uno tiene las suyas.
Las palabras no son el problema. El problema es la historia que cada uno lleva detrás de ellas.
Las veces que dolió.
Las veces que quise y no pude.
Las veces que alguien me dijo algo y lo creí.
Las veces que intenté sostener algo que me desbordaba.
Las veces que callé.
Las veces que no supe qué hacer.
Y a veces ni siquiera somos nosotros quienes decimos esas palabras grandes. Muchas veces están en lo cotidiano, en frases que usamos casi sin notarlo, pero que van dejando su peso:
“Debo de ir a mi mentado trabajo…”
“Tengo que aguantar otra vez…”
“Ya sé cómo va a terminar esto…”
“Ni modo, así es…”
“Siempre igual…”
No parecen frases fuertes, pero son pequeñas órdenes que el cuerpo igual recibe como presión, obligación o resignación.
Y aunque las digamos como parte de la rutina, cada vez que las repetimos, algo adentro se activa.
Porque no es la intención de las palabras lo que impacta. Es lo que esas palabras despiertan en la memoria, en las emociones, en los circuitos que hemos fortalecido a lo largo del tiempo.
No es el presente el que duele.
Es lo que quedó pendiente de antes.
Y en ese instante se activa el circuito:
El nudo en el estómago.
El pecho que se cierra.
La respiración que se vuelve corta.
El corazón que se acelera.
El cuerpo que entra en defensa.
Aunque no esté pasando nada afuera.
Aunque solo esté ocurriendo en la mente.
Porque ahí está la trampa:
El cerebro no distingue tan bien entre lo real y lo imaginado… pero el cuerpo siempre responde.
Y entonces, lo que empezó como un pensamiento, como una frase al pasar, se convierte en cansancio, en tensión, en agotamiento interno.
Día tras día. Año tras año.
Hasta que uno lo ve. Y cuando lo ve, ya no puede no verlo.
Porque si ese significado se fue armando durante años, también puede empezar a soltarse.
No de golpe.
No como si fuera un botón que se apaga.
Pero sí con conciencia.
Y ahí empieza otra pregunta:
¿Cuánto tiempo más pienso seguir cargando esto?
¿Quién decidió que estas palabras debían doler tanto?
¿Qué parte de mí necesita aún seguir sosteniendo esta vieja historia?
Porque no se trata de decir frases bonitas para sentirse mejor. Se trata de encontrar la raíz de las historias que todavía nos gobiernan. Y decidir, poco a poco, dejar de alimentarlas.
Lo que me digo no es inocente.
Cada palabra es una instrucción directa al cuerpo, a mis emociones, a mi energía, a mi sistema entero.
Por eso hoy cuido lo que me digo. No porque todo sea perfecto. No porque el dolor haya desaparecido.Sino porque entendí algo más crudo y real: cada palabra que sigo sosteniendo desde el dolor, es una herida que sigo manteniendo abierta.
Cada quien carga sus propias palabras.
Cada uno sabe cuáles son las que pesan.
Y llega un momento en que uno entiende, de verdad, que el peso ya no pertenece al presente.
Y es ahí, justo ahí, donde empieza la verdadera libertad.
Y tan importantes, configuran la forma en que pensamos y el pensamiento a su vez el modo en que sentimos. Qué interesante que estés estudiando neurociencia! Yo leo y escucho mucho de neurociencia por afición y porque me apasiona saber cómo funciona dl cerebro y cómo configura nuestra forma de actuar. Pregunta, ¿estás haciendo alguna formación reglada o estudiando cosas por tu cuenta? Porque me interesa muchísimo el tema! Muchas gracias por adelantado!! 😊